- ¿Pero no te das
cuenta? ¡Están matando niños! Es un conflicto que lleva toda la vida y se están
cargando el mundo.
- Mira, si Estados
Unidos se ha puesto de lado de Israel desde el principio por algo será. Sí, por
el petróleo, el dinero, porque el mundo está controlado por judíos y la mayoría
están en América, blábláblá… por lo que sea, pero me fio más de un país que
lleva siglos de democracia a…
- ¡Pero y qué tiene que
ver eso con lo que están haciendo con los palestinos! Tú dirás lo que quieras,
pero es la venganza de los judíos. Hitler los masacró y ahora se están tomando
la revancha con el mundo entero. Dominan las armas, el dinero… ¡todo! Tú sigue
de lado de los yanquis…
- Claro, es mejor ir
con la palestina atada al cuello, en plan progre y sin saber a quién coño
defiendes realmente. Como gane Palestina ya verás…
En el fondo me da pena.
Israel es el típico chaval que vive en su nube. Israel… vaya nombre, no me
jodas. Llamarse igual que un país que está masacrando miles de palestinos sin
ningún motivo. Y lo peor es que el muy gilipollas se alegra. “Se lo merecen por
moros, se lo merecen por moros, se lo merecen por moros…”. Todas las veces que
surge la conversación del conflicto palestino salta con lo mismo. ¡Valiente
subnormal! Siempre acabamos discutiendo y le entran ataques de risa. Le debe
poner cachondo verme mosqueado. No se reiría tanto si supiese que me estoy
tirando a su novia. En realidad nunca la he tocado un pelo, aunque ganas no me
faltan. Sobre todo cuando aparece por el videoclub de mi viejo pidiendo guerra.
Todos los martes y jueves por la tarde me toca pringar porque mi padre tiene
clases de inglés. Más de una vez me he preguntado para qué coño quiere aprender
inglés con casi 60 años. En fin, el verá. El caso es que siempre que estoy
currando allí casualmente aparece ella a primera hora de la tarde. “Qué pasa
Pintxo, ponte un pincho ¿no?”, me suelta cada vez que se pasa por el videoclub.
Se ríe porque dice que parezco un camarero amargado y aburrido sin clientes. Y
encima hace el jueguecito de palabras con mi nombre. Yo sí que te ponía un buen
pincho, me dan ganas de decirla. Pero paso porque es la novia de Israel, mi
colega de toda la vida. Aunque no me extrañaría nada que hasta el panadero del
barrio, un pobre viejo con Parkinson que tarda media hora en darte una barra de
pan, se la haya tirado. Cumple los tres requisitos de una zorra de manual:
vestir como una zorra, comportarse como una zorra y follar como una zorra. O al
menos eso dice Israel respecto a lo último. Es un poco bolas, ya he dicho que
vive en su nube, pero en eso creo que no miente.
“Te aburres, eh Clau”,
es lo que siempre contesto cada vez que llega al videoclub con sus coñitas.
Otra cosa igual, no sé por qué todo el mundo la llama Clau si no se llama Claudia.
Mil veces he visto su DNI cada vez que nos metemos coca o cuando me enseña su foto
con ojeras y pone claramente MARÍA DEL MAR ESPINOSA ARIZALETA. Así que ya me
dirás tú de dónde se lo ha sacado. Lo único que tiene coherencia de ella es su
segundo apellido. Su madre es vasca de pura raza, más bruta que un arado y con
bastante mala leche. Pero buena gente, eso sí. Ya tiene que serlo para no habérsela
cargado con alguno de sus amigos etarras.
- ¡Hello, Pintxo! Lets
go to dinner. ¡Hello Israel! ¿How are you? Habéis visto cómo me domino ya en inglés,
eh chavales. Vamos a cerrar esto por hoy ya que aquí no va a venir nadie más. A
ver qué ha hecho tu madre de cena hoy.
El padre de Pinxto,
menudo personaje. Nos da unas tabarras cada vez que llega de clases de inglés.
Llevará algo más de tres meses y no pasa del “hello” y cuatro cosas más. Para
mi tiene una pluma impresionante, pero es un tema tabú para Pinxto. Con todo lo
progre que se cree no aguanta la idea de que su viejo pueda ser maricón. Siempre
suelo visitar a Pinxto antes de que cierre el videoclub. Cuando su padre decide
subirse directamente a casa nos vamos a tomar una cerveza por ahí para que el
chaval de desahogue del curro. No es que esté picando en una mina, pero debe
ser un coñazo estar de cuatro de la tarde a nueve de la noche esperando a que
entre algún cliente. La última peli que alquilé fue Acción Mutante, una rara
española que va de unos terroristas medio subnormales que secuestran a la hija
de un ricachón. No me mola mucho el cine español, pero me siento mejor si
contribuyo a que el negocio de mi colega no se vaya a pique. Me da a mí que
mucho no va a tardar en quebrar, aunque creo que no sucederá hasta que inventen
un sitio en donde poder conseguir esas pelis gratis. Aunque mucho peor sería si
inventasen algo que hiciese que el padre de Pintxo le pudiese localizar al
instante cada vez que cierra el videoclub y no saben de él hasta el día
siguiente. Algo así como los teléfonos que hay en las casas pero que pudiésemos
llevarlos encima. En fin, paranoias mías. Pensándolo bien, Pinxto no está tan
jodido. Mi chica tiene que tragarse todas las tardes sermones interminables
sobre derecho romano, civil y su puta madre. Casi nunca nos podemos vernos entre semana porque ella tiene turno de tarde
en la universidad, igual que yo, pero por las mañanas está en casa de una
anciana cuidándola. Y encima, al contrario que yo, jamás hace pellas. Siempre
me dice “Isra, no me pases a buscar porque según salga de la uni me voy a casa
que tengo mucho que estudiar”. Así que me quedo todas las tardes jugando al mus
en la cafetería de la facultad hasta que me canso y me piro. Al menos Clau se
está labrando un futuro, pero yo no sé muy bien hasta dónde me va a llevar esto
de estudiar filosofía. Bueno, sí lo sé. A morirme de hambre y con suerte
encontrar algún colegio para dar clase a niñatos que pasan de todo. Claro que a
mí no me vengan con tonterías de permitirles todo. Al primero que se haga el
listo le hecho de clase y le cateo la asignatura. Cada vez me arrepiento más de
haberme metido en esta facultad de porretas. Todo el día escuchando a sabios
que apoyan al Partido Comunista, al PSOE y a toda esta banda que no sé muy bien
a dónde nos están llevando. A Pintxo le gustan mucho, pero eso es porque no ha
pisado una universidad en la vida. Aunque mejor. Por mucho que se queje tiene
un negocio familiar en el que curra dos veces a la semana cada vez que el viejo
se va a que le pongan el culo fino por ahí. Le da para pagar sus copas, sus
pastis y sus historias. En el fondo le envidio.
- ¡Manolito! ¿Hoy no se
curra o qué?
- ¡Mírale, pero si es
el palestino! Menudo corte de pelo te has hecho. Tú sigue así, que te va a
dejar la novia.
Me llama palestino
porque sabe que soy todo lo contrario y así me toca un poco la moral. Además,
como me llamo Israel pues hace la gracia y se siente original. De todos modos
nunca he tenido un problema con él. Si esa tarde que me le encontré en el metro
alguien me dice que iba a cambiarme la vida nunca lo hubiese creído. Manolito
era el tío más solitario y más friki que había conocido en mi vida. Tenía 31
años, bueno, tiene, si es que aún sigue vivo. Pero era listo. Es listo. Le conocí
cuando me metí a judo, ya hace tiempo. Tendría yo dieciséis años. Lo primero que
me pregunté cuando le vi es ¿qué coño hace un tipo que nos saca diez años a
todos apuntado en actividades extraescolares de un instituto de Usera? De
hecho, ni siquiera vivía en Usera como el año pasado comprobé. Me le encontré
al salir de la uni, igual que el otro día, y me invitó a ir a su casa a tomar
una caña. Me pareció raro, pero como es buen chaval fui. Su piso estaba en
pleno centro, así que muy mal no se lo monta el Manolito. Después me enteré que
curraba en un laboratorio, así que ya me cuadró más que pudiese pagárselo. Debe
ser el único químico que tiene trabajo en este puto país. El caso es que me
dijo que estaba trabajando en algo muy gordo. Algo que le sacaría de pobre a
él, a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Como de costumbre, no le hice ni
caso. Pero un año después, ahí estábamos los dos en la línea 6 de metro. Llena
de gente y a cual más maloliente.
- ¿Qué tal vas con la
carrera? ¿Ya habéis avanzado de Platón? Recuerdo que el año pasado estabas
asqueado y que no aprendías nada.
- Y sigo asqueado. Si
te digo que aprendía más en el instituto que aquí… Pero bueno, pedían un 5 para
entrar. ¿Y tú en qué andas?
- Millonario.
- ¿Millonario?
-Sí, millonario.
- ¿Te has hecho
millonario? ¿Te ha tocado la lotería?
- ¡Qué va! ¿Te acuerdas
en lo que estaba trabajado el año pasado? Pues ya anda en marcha.
Si hubiese sustituido
el polvo que le eché a Clau por escuchar con atención a Manolito aquella tarde
ahora mismo no estaríamos así. Pero esta vez no caí en el mismo error y le
escuché absolutamente todo. Y créeme que es bastante fatigante escuchar a
Manolito con la forma tan rara que tiene de hablar. En vez de usar palabras que
usamos todos se dedica a emplear otras. En vez de pasta o dinero, dice gallina.
En vez de policía, pasma o incluso picoletos dice la bofffffffia (tiene un
problema para controlar las babas). Y así un sin fin de manías. El caso es que de camino al barrio me fui
directamente a casa de Pintxo para contarle el pelotazo que íbamos a dar con
Manolito. Les pillé cenando. Ahora que lo pienso, la hermana de Pintxo cada vez
está más gorda. Debería cuidarse o cuando llegue a la universidad le prohibirán
la entrada a la cafetería. También me percaté de que el padre, casualmente, no
estaba. Pobrecilla su mujer, tiene una cara de sufridora y de darse poquitas
alegrías al cuerpo que me da mucha lástima. Me ofreció cenar pero pasé. Nos
dimos una vuelta por el barrio y se lo conté todo. Al día siguiente ya estábamos
en casa de Manolito para organizarlo.
- ¡Joder Manolito! Como
te pille la policía con todo esto vas al trullo fijo.
- Imposible. Ya han
entrado más de una vez y me han tenido que pedir incluso perdón.
- ¿Cuántas pastillas
hay aquí?
- Más de cinco mil. Y
no he vendido ni la mitad todavía.
- ¡Este tío está loco
perdido, Isra! Con más de cinco mil pastillas ya estaba encerrado.
- Pintxo te llamas,
¿no? Deberías tratar con un poco más de respeto a alguien que es el número uno
de su promoción en Química, que tiene un máster en Nanofísica y Materiales
Avanzados y es Doctor en la universidad.
- ¿Y a mí qué me
cuentas?
Le dije a Manolito que
nos disculpase un segundo y tuve unas palabras con Pintxo en la cocina. Para
alguien que no ha podido ir a la universidad debe ser duro que un químico loco,
porque eso es lo que es Manolito, le dejase por los suelos de esa forma. Logré
que se calmara y volvimos al asunto. Vimos a Manolito peleándose con un cajón y
su llave que no abría. Nos miramos con cara de “qué coño hace este tío”.
- Mirad. Aquí hay más
de medio millón de pelas.
- ¿Lo has sacado de las
pastillas?
- Por supuesto. No
creerás que todo esto lo gano en el laboratorio y dando clases a alumnos de
primero de Química, ¿verdad?
- Las pastillas deben
pegar que no veas. ¿Qué hacen?
- Nada.
- ¿Nada?
- Nada. Hasta un
lacasito, las lentejas esas de chocolate de colorines que han sacado hace poco,
colocan más que esto.
- Nos estás vacilando…
- Palestino, he visto
un montón de tías que parecen estar en la borrachera de su vida y lo único que
toman es malibú con piña.
- También dependerá de
la cantidad de malibú que se echen, digo yo.
- Zumito, Palestino. Zumito
es lo que beben. Y parece que están al borde del coma etílico.
- No estoy entendiendo
nada. Y Creo que Pintxo está igual que yo. Te agradeceríamos que nos explicases
dónde está el truco.
- En la mente, señores.
La psicología de la gente. Si bebes pensando que te vas a emborrachar al final
lo acabas consiguiendo. Con las pastillas pasa exactamente lo mismo. ¿Por qué
os creéis que el mercado del LSD va tan bien? Porque se creen que están tomando
lo mismo que en Woodstock en el año 1969.
- Y es mentira.
- Tu amigo lo va
entendiendo. Esto es el negocio del siglo, palentino. Yo fabrico y vosotros vendéis.
Con que vendamos las dos mil pastillas que tengo aquí nos hacemos de oro. Y
encima no hay riesgo de que nos pase nada porque, a ojos de la policía, solo
soy un loco que tiene cinco mil pastillas de azúcar en su casa.
Ojalá ese tío no
hubiese tenido una idea tan brillante. Ahora estaría en el dentista arreglándose
los dientes del guantazo que le hubiese soplado. No te vayas a pensar que soy
violento. Jamás me he pegado con nadie, pero me sacaba de quicio. Sin embargo,
lo vimos claro para forrarnos. Israel para dejar la universidad y vivir la vida,
el estúpido de Manolito para ganarse un pequeño sobresueldo y yo para dejar el
videoclub y poder vivir sin tener cara de camarero amargado como decía la
guarra de Clau. Si queríamos vender todas las pastillas en una noche no quedaba
otra que irnos a donde van todos los pastilleros de Madrid. El Estrago era nuestro sitio. Entrar ahí
no iba a ser fácil, de hecho si no llega a ser por el Serbio todavía estábamos haciendo
cola de la gente que hay por allí. Cuando antes he dicho que no me he pegado en
mi vida con nadie reconozco que he mentido. El Serbio fue el primero que me metió
una buena tunda al salir del Estrago una
noche. Confieso que me encantan las pastillas y por eso la idea de hacerme
millonario vendiéndolas es por lo que me metí en todo este embrollo. Hace no
mucho salí a tomar el aire porque me estaba agobiando en esa discoteca. Cuando
iba a entrar de nuevo el Serbio me dijo que dónde iba sin pagar. Le dije que ya
había pagado mi entrada, que no me jodiese. Me pidió la entrada y yo no la
tenía. No me había colado, nunca me cuelo en ningún sitio, sino que la habría
perdido o la habría tirado. ¡Yo qué sé! El caso es que me encaré con él y me
llevó a un callejón bastante oscuro y deshabitado. Me pegó tal paliza que no
volví a pasar por allí. Hasta que me enteré que Silvia, una de mis mejores
amigas del instituto, estaba saliendo con ese salvaje. Me pidió disculpas e
incluso me dejó pasar sin pagar. Amigos para siempre. Y dirás ¿qué pinta el
Serbio en todo esto? Simplemente nos dejó pasar a cambio de entrar en el
negocio. El Estrago tenía obligación
de cachear a todo el mundo antes de entrar en la discoteca. Algo parecido a los
aeropuertos, sólo que aquí hacían la vista gorda. Pero una cosa es entrar con pastillas
para consumo propio y otra muy distinta que te pillen mil pirulas en los
bolsillos. Por muy colega que ya fuese del Serbio, tuve que explicárselo todo.
El muy cabrón nos dejó pasar a cambio de sacar tajada. Nos amenazó con matarnos
si no cumplíamos el trato, algo que obviamente no ha sucedido hasta entonces. Al
entrar, y muy bien sin saber por qué, todos nos veían cara de camellos. Nos pedían
pastillas. Nada de cocaína, ni heroína, ni LSD. Simplemente pastillas.
Seguramente Manolito se puso a hacer labores de propaganda como un histérico antes
de empezar con la venta. No lo sé, pero era la primera vez que tantas personas
querían una misma cosa de mí. Empezamos vendiéndolas a un talego cada una, pero
después de llevar tres horas dando vueltas entre copa y copa haciendo negocio
ya las estábamos vendiendo a tres talegos. Era sorprendente lo receptiva que
estaba la gente con nosotros. Incluso dos gogos nos compraron justificando que
tenían que bailar toda la noche. Pero la cosa se fue torciendo, hasta el punto
de vérnoslas con tres cabezones de gimnasio que nos empezaron a pedir
explicaciones
- Están a tres talegos.
Si quieres bien y sino ya sabes.
- Este es nuestro
sitio. Aquí solo pasamos nosotros.
Esos tíos iban muy en
serio. Se les salían las mandíbulas de sus caras y temí que me quitasen toda la
pasta que tenía encima. Pensé que no salía del baño, pero una vez más el Serbio
me salvó el culo. “Aire”, dijo señalándoles la puerta del baño. Ahora quería
toda la pasta que llevara encima. Le dije que ningún problema, que al acabar la
noche haríamos cuentas. Después de todo, me había salvado la vida. Lógicamente
no me creyó y me obligó darle el dinero en el momento. Se me pasó toda mi vida
por delante. En décimas de segundo tenía que decidir si dárselo todo a ese hijo
de puta o ingeniármelas para largarme. Claro que si me iba más me valía salir
por patas del Estrago. No sé si fue
por la adrenalina del momento, los cuatro cubatas que llevaba encima o la raya
de coca que me había invitado un chaval de la discoteca, pero antes de que el
Serbio pudiese quitármelo todo le había dado una patada en los huevos que me
permitió correr como no lo he hecho en mi vida. Me importó una mierda que se me
cayesen muchísimas pastillas por el camino. Tenía que encontrar a Isra y salir
de ahí. “¡Estás muerto!” escuché que me gritaba el Serbio a lo lejos. Me perdí
entre la multitud.
- ¿Te QuEdaN mÁs PaStiSsS
tío? ¡ESTO ES UNA LOCURA! MeNudO peDO LLeVamOs.
- No, no. Ya no quedan
más. Otro día chavales.
-¡Túúúú! ¡TE LA CHUPO
SI ME DAS OTRA DE ESAS!
- Ese de ahí tiene,
¡corre!
- ¿Quieeen? ¡NO ME TIMEEEES TRONCOoOoO!
- ¡Quita coño! ¡No me
agarres que te he dicho que ya no tengo!
- ¡QUE TE JODAN
MARICÓÓÓN!
Mira, que el Pintxo no
cuente bobadas. Si el plan no funcionó fue porque tuvimos la penosa idea de
meter a una tía en el asunto. Acabábamos de entrar a la disco y había un
ambiente de la ostia. Entonces nos dividimos para vender más rápido. Yo vendía
en la planta de abajo y Pintxo en la de arriba. Entonces, como en todo sitio
enorme de pastilleros, las camareras saben lo que se cuece. Incluso ellas
mismas se meten. Ese sitio tiene un montón de camareros porque estamos hablando
de un aforo que se me va de las manos para decirte cuanta gente entra. Así que
decidimos invitar a una camarera que, aparte de estar buena que te cagas, nos
habló de la zona vip. Allí estaban todos los ricos de la zona. En la zona vip
nadie bebía en vasos de plástico ni de tubo. Allí todo eran copas de balón, el
típico gordo con cinco tías buenísimas a su alrededor y los niños de papá
haciendo el idiota. Yo no soy ningún tirado. He podido estudiar, vivo en un
piso de Usera pero no me falta de nada y mis padres ganan lo suficiente como
para que no tenga que meterme a trabajar en un camión, pero lo que había ahí no
era normal. Gente con relojes de oro, buena ropa y todos treintañeros, de la
edad de Manolito más o menos. Me hinché a vender pastillas, gracias a que la
camarera, ya no recuerdo si se llamaba Verónica o Begoña, me fue presentando a
cada uno de aquellos forrados. Lo que Pintxo no sabe es que la camarera
traficaba con los tres rumanos que le pusieron los huevos de corbata. Por eso
me llevó a la zona vip. Al fin y al cabo, era mejor tenerme a mi entretenido vendiendo
para treinta o cuarenta y que sus amiguitos tuviesen vía libre para vender en
el resto de la discoteca.
- ¡Por fin te
encuentro! Vámonos de aquí cagando leches que nos van a matar.
- ¡Ya la has cagado!
Qué habrás hecho
Entre empujones y
codazos salimos de la discoteca. Fue el camino más largo que he hecho en mi
vida para salir de un sitio. Y encima con la tensión de que no nos pillaran el
Serbio y los tres rumanos. Recuerdo que Pintxo estaba desencajado. Menos mal
que estamos en Madrid y las discotecas cierran a las seis. No quiero ni pensar
qué hubiese pasado si cerrasen a las tres. Seguramente todo el mundo se estaría
yendo, el garito estaría prácticamente vacío y salir de allí habría sido
incluso más difícil. Al haber tanta gente sólo éramos dos pastilleros más con
prisa por salir a tomar el aire. Si algo bueno tienen las discotecas del centro
es que siempre hay taxis cerca de ellas. No tardamos ni cinco segundos en
montarnos en el primero que vimos. Llevábamos mucha pasta encima, aunque cuando
tu vida depende de montarte en un taxi y pirarte lo más lejos de allí el dinero
es lo de menos. Sin un duro también nos habríamos montado y luego largado sin
pagar.
- Hola amigo. ¿A dónde?
- Lejos tronco, muy
lejos. Tú dale caña que ya te vamos diciendo.
- No entendler. ¿A
dónde amigo?
Que te toque un taxista
chino caído de un guindo, que no se sabe las calles de Madrid y que te lleva a
dos por hora no tiene ni punto de comparación a que te pille un control de
policía antes de salir a la autopista y que ese chino caído de un guindo sea un
taxista ilegal, sin permiso de conducción y que se dedica a dar vueltas a los
clientes para sacarles el mayor dinero posible. Para colmo, nosotros traíamos mala
pinta y estábamos cargados de pastillas. Pastillas sin droga, sí, pero
pastillas a simple vista. Como era de esperar, nos hicieron bajar del coche a
los tres. No hace falta que te cuente lo siguiente porque tú mismo lo viviste.
- ¿Lee Yung-Park?
- ¡Plesente! Dígame
amigo.
- Puedes irte. Tu mujer
ha pagado la fianza.
- Glasias, glasias.
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Llevamos una semana entre
rejas y ni Dios ha aparecido por aquí. Bueno, nuestros padres sí. Pero me
refiero a gente que nos pueda sacar de este cuchitril. Lo que aún no entendemos
ni Pintxo ni yo es cómo es posible que no teniendo absolutamente nada de droga
esas pastillas nos sigan reteniendo aquí. Clau tampoco ha venido a visitarme.
Pobrecilla, estará muy liada con los exámenes. ¿Y Manolito? Qué tío más listo, forrándose
a base de hacer pastillas que no colocan. Desde luego que la gente se cree
cualquier cosa.
FIN