lunes, 26 de abril de 2010

Temerarios con miedo

El mundo no se compone de príncipes azules y de bellas damas, sino de príncipes feos y de damas lesbianas (generalmente bellas). Se que esto que acabo de mencionar puede crear cierta confusión pero confío en que nadie se lo tome literalmente. Si alguien todavía piensa que es posible cumplir los cuentos de hadas, que inmediatamente deje de leer esto.

Tenemos la dichosa manía de querer siempre lograr cosas imposibles. Esto se debe a que nos creemos tan sumamente superiores al resto que nos vemos capaces de conquistar todo lo que se nos antoje. Por eso, bien empleado le está al hombre ese tremendo golpe que se da cada cierto tiempo en los morros. El típico refrán de “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” no está mal formulado pero creo que le falta algo. Yo lo sustituiría por “el hombre es el único animal que se choca de frente con un muro de hormigón y se siente orgulloso de ello”.

Somos unos suicidas con suerte. Si cada vez que nos damos ese golpe con el muro de hormigón nos viniéramos abajo, estaríamos enterrados en vida. No hay mal que por bien no venga. Las decepciones solo pueden provocar dos fases: obsesión y engaño. La fase de obsesión es la peor de todas puesto que uno se convierte en un paranoico y como ve que no logra lo que quiere se hunde cada vez más. Superada la fase de obsesión llega la fase de engaño, donde la obsesión ha quedado atrás pero la paranoia se extiende. Al ver que con la obsesión no logramos lo que perseguimos tan ansiadamente, nos justificamos a nosotros mismos pensando que ya lo conseguiremos; si no es ahora, será después.

No se todavía si hay alguna fase más, espero que no. El engaño es solo un intento de subida de autoestima y que a veces cura las heridas al 90%. Por eso, al principio de estas líneas, comentaba que no existe el estereotipo de cuento feliz. Si te empeñas en algo es muy probable que lo consigas, pero no se si vale la pena todo lo que acarrea intentar conseguirlo.

Lo único que me consuela de todo esto es que aquellas personas que creen que van a encontrar al príncipe azul se toparán con lo contrario.
El tren solo pasa una vez. Puedes cogerlo o seguir esperando. Sabes que a los tres minutos va a pasar otro, pero siempre te quedará la duda de qué hubiera pasado cogiéndolo. Lo único que te impide cogerlo y esperar al siguiente es el miedo.

lunes, 12 de abril de 2010

Al final sólo queda el recuerdo

El tiempo es algo fundamental en la vida de una persona. No solo porque marque la cantidad de años que vamos a vivir sino porque es una de las pocas cosas que nos pone en nuestro sitio. Cuando hablo de tiempo no me refiero al tiempo como pasado, presente o futuro, sino como a esa maquina que en cualquier momento puede dejar de funcionar.

De hecho, si algo tengo claro es de que el único tiempo verbal que realmente existe es el pasado. Ni el presente ni el futuro pueden medirse. El presente es aquello que te va sucediendo, pero pasa tan sumamente rápido que se convierte en una especie de futuro. Digo especie de futuro porque el futuro tal y cómo lo conocemos sería ahora, y ahora, y ahora, y así podríamos seguir eternamente. Por tanto no existe el futuro como tal. Pero podría llegar el típico listo e intentar desmontar mi argumento con algo tan sencillo y vago como: dentro de veinte años será futuro, por lo que sí existe. Lamento decir que ese pensamiento, además de básico, es muy arriesgado porque uno no maneja su vida y puede que no llegue a vivir dentro de veinte años porque ni si quiera sabemos qué va a ocurrirnos dentro de un segundo. Intuimos que seguiremos viviendo, de hecho, es muy probable que así sea, pero no lo sabemos con total certeza.

Ante todo esto, lo único que existe con certeza es el pasado. Físicamente no, porque está en nuestra memoria, pero sabemos con seguridad que ha existido. Y lo peor de todo es que no es el pasado lo que permanece sino un recuerdo que con el paso del tiempo se va quedando lejano. Es triste pero es así. Sin embargo el recuerdo tiene algo bueno y es que es nuestro cerebro quien lo maneja. Podemos tener el recuerdo de una persona a la que la vida le ha tratado trágicamente pero nosotros quedarnos con lo buena persona que era o lo feliz que nos hacía estar con él. Nuestro cerebro, automáticamente, tiende a borrar lo malo para quedarse con lo bueno.

El recuerdo es la verdadera vida eterna. Ni siquiera el cielo, para los que son religiosos, es comparable con el recuerdo. Lamentablemente, el recuerdo tiene un hermano pequeño revoltoso y travieso que se llama remordimiento. Feo nombre para feo sentimiento. Por eso, mientras vivamos intentemos hacernos la existencia fácil los unos a los otros. No digo placentera o ni siquiera feliz, simplemente fácil.
El remordimiento puede perdonarse con el paso del tiempo, pero la maquina de la vida, que es el verdadero tiempo, nunca perdona.

domingo, 4 de abril de 2010

No quiero despertar

Queda poca gente que se plantee vivir en un sueño. Más bien, en todo caso hay personas que viven en su burbuja al margen de la realidad, pero en el fondo son conscientes de lo que pasa. Ese pasotismo de cierta gente hacia la vida solo puede indicar dos cosas: que realmente sean así y sea imposible sacar nada de ellos, o bien porque se refugian en un pasotismo ficticio para tapar lo vacías que están sus vidas. También es cierto que un buen ejercicio de pasotismo a tiempo es una victoria. Pero no he venido aquí a hablar de pasotismo ni de los tipos de pasotismo que hay porque ya me estoy aburriendo. Mejor hablemos de algo mucho mas falso y creador de ilusiones como son los sueños.

Un sueño, quitando alguna pesadilla rebuscada, es algo bonito. En un sueño uno tiene la ventaja de que nunca sabe lo que le puede pasar. ¿Y eso es bueno? Por supuesto, porque al no saber lo que te deparará el sueño, nunca temes que las cosas salgan mal. Luego hay gente que es capaz de controlar sus propios sueños, aunque yo, personalmente, no conozco a ninguno. Pero alguien que es capaz de controlar su sueño es alguien que de alguna forma hace trampas, porque lo arriesgado de un sueño es que nunca sabes lo que te va a deparar. Obviamente, si queremos tener el sueño perfecto y prolongarlo al máximo, controlarlo nos ayuda a ser más felices. Pero es una felicidad corto a la par que falsa y decepcionante.

Hasta ahora, solo he hablado del sueño como tal y no de las consecuencias que tiene. Quizás lo más trágico de los sueños sea despertar. Hay veces que el sueño nos hace estar en un estado de tanta felicidad que somos incapaces de sentir algo igual en la realidad. Esto provoca al despertar una sensación de frustración inexplicable. Despiertas y te preguntas a ti mismo: ¿Por qué me habré despertado? Esta sensación de frustración se duplica cuando el fin del sueño es debido al sonido del despertador, el teléfono móvil, o cualquier otro ruido que fuerce el despertar.

Esa sensación de impotencia por ser incapaces de retomar el sueño es solo el comienzo de un planteamiento sobre para qué están los sueños. Pues muy fácil, los sueños solo son un regalo que nos hace nuestro cerebro para dejarnos ser felices durante escaso tiempo. Mientras sueñas eres el rey del mundo, nadie te puede ganar y, aunque no seas consciente, dominas la situación. Descubres una sensación de felicidad jamás sentida y cuando despiertas te chocas con ese gran muro de acero que es la realidad. He dicho al empezar que los sueños son falsos y que además crean ilusiones. Aunque siempre me empeñe en lo contrario, el mundo de nunca jamás es una gran farsa y los sueños, lamentablemente, sueños son.