jueves, 13 de mayo de 2010

Todos somos el fantasma de la ópera

Las personas no son como creemos que son. Incluso nosotros mismos no somos como creemos ser. Tendemos a vernos como nos gustaría ser, pero no nos vemos como realmente somos. Creamos un espejo ficticio de nosotros mismos que no es más que un retrato bello de lo que nunca fuimos.

Muchas veces nos ha pasado lo típico de conocer a una persona y que nos de una impresión positiva o negativa. Si la primera visión que sacamos de ella es negativa entonces le marcamos con una cruz y ya puede ser la madre Teresa de Calcuta que nadie arreglará lo mal que nos cae. Pero esa mala impresión es hasta buena, porque el problema viene realmente cuando de primeras nos cae bien alguien y con el paso del tiempo nos damos cuenta de que no era tan bueno como creíamos.

De repente pensamos ¡cómo ha cambiado, antes no era así! Temo decirles que están equivocados. Ese pensamiento es solo un consuelo para no afrontar la realidad. Las personas no cambian sino que son. Pueden tener más o menos oculta su verdadera personalidad pero tarde o temprano acaba saliendo. Todos escondemos una voz a la que acabamos haciendo caso. Es inevitable, porque por mucho que tu no quieras escuchar esa voz, ella te sigue hablando cada vez más alto y al final acabas sucumbiendo a sus encantos.

Nunca conoces del todo a las personas. Eso no es malo, sino que es como es. No se puede luchar contra la realidad. Al final, por mucho que creamos que la mentira manda sobre la verdad, la verdad acaba saliendo por algún lado. Todos tenemos un fantasma de la ópera oculto que sacamos a pasear de vez en cuando. Lo que pasa es que muchas veces no nos damos cuenta de que lo tenemos hasta que los demás nos lo descubren. La pregunta importante que usted debería hacerse es: ¿quién quiere ser? Aunque no lo crea, solo usted lo sabe.