jueves, 15 de mayo de 2014

Roma (2)

- Es muy grande para ser un Westy. ¿Qué años tiene?

- En agosto hace cuatro.

No pasaron ni treinta segundos y Nadia se encontraba sola haciendo footing por aquel parque enorme en el que siempre corría. Había estado acariciando al perro de un extraño chico, tan parco como corpulento. En tan poco tiempo fue capaz de localizarle tres tatuajes: uno en cada brazo y otro en el cuello. Inevitablemente, se le vino a la cabeza unas palabras que su amiga Quelma le dijo una noche de fiesta: "Todos los chicos que llevan tatuajes son especiales". Cierto era que Quelma no solía ser muy profunda en sus reflexiones, ya que la inmensa mayoría de sus conversaciones giraban en torno al sexo, pero esa noche fue una de las mas lúcidas. Entre montículos y corrientes de viento, Nadia pensó en la más que breve conversación que había mantenido con el chico. ¿Viviría cerca?, ¿cuál sería su nombre?, ¿sería especial por llevar tatuajes? y sobre todo ¿volvería a verle alguna vez?

Al salir de la ducha, puso uno de sus discos favoritos. Pese a que era viernes, su cuerpo no le pedía más marcha que la que Beethoven podía darle. Justo antes de darle al play, escuchó una melodía no muy lejana que le resultó familiar. Tan familiar que era parte de su disco de Beethoven que tantas veces había escuchado. No sólo no puso el disco sino que lo guardó en la caratula mientras escuchaba ensimismada la hermosa melodía. Era un violín, sin duda. Por la forma en que sonaba, su dueño tendría que llevar décadas tocándolo para hacerlo sonar de ese modo. Tarareaba a la vez que escuchaba a aquel maestro (o maestra) del violín. A punto de llegar al climax de la pieza, alguien llamó al timbre con verdadera insistencia. -¡Voy!- exclamó mientras se terminaba de vestir apresuradamente. El timbre no paraba de sonar hasta que por fin abrió la puerta.

- ¡Lionel!, ¿qué haces aquí?

- ¿Cómo que qué hago aquí? Llevo esperándote fuera más de cuarto de hora.

Nadia se le quedó mirando fijamente sin saber muy bien qué contestar hasta que entró en razón de que había quedado con él para...

- ¡El concierto! Perdoname... se me había pasado por completo.

- De verdad, qué cabeza la tuya. Anda, termina de vestirte que nos vamos. Al final se la he mangado.

La noche refrescaba y Nadia maldecía el momento en que apostó con Lionel que no sería capaz de atreverse a robar la moto de su padre. A pesar de ser tres años mayor que ella, Lionel no era ni la mitad de maduro. Le encantaba vivir al límite, excediéndose incluso con el alcohol y las drogas en ocasiones. Aun así, siempre estaba disponible para Nadia, algo que ella valoraba mucho. Más allá de sus batallas nocturnas en los bares rockeros que frecuentaba o las mediocres intentonas de sorprenderla tocando la guitarra, Nadia sabía que él siempre estaría ahí.

- Espera, no arranques aún. ¿No lo escuchas?

- Sí, menudo coñazo de canción. A mi es que las gaitas...

- ¡Es un violín!

- Bueno, lo que sea. Ponte el casco que nos vamos. ¡Y agárrate porque la voy a pisar!

CONTINUARÁ...