domingo, 19 de julio de 2015

Slash




Todo empieza con un regalo que se mueve. Una caja que esconde algo más que un bicho enternecedor. Me planteo cómo alguien que no sabe prácticamente ni cuidar de sí mismo va a cuidar de una criatura tan pequeña e indefensa (cuatro años después ya no era precisamente pequeña, aunque probablemente sí indefensa, por lo menos ante las garrapatas). Esa incertidumbre se traduce nada más tocarlo, cuando le rompo una uña. Pienso… “amigo, no sabes dónde te has metido”. Pasó el tiempo y dormir a base de ruidos nocturnos se convirtió en una costumbre. Lo que al principio molestaba se fue transformando en algo agradable. Siempre he pensado que tener encerrado en una jaula a un ser que por naturaleza necesita correr y desarrollar sus instintos es algo un poco inhumano. Pero llegaba su hora de comer y mordía los barrotes de esa jaula (que para él era su hogar; sí, su hogar) como si le fuese la vida en ello. A medida que pasaban los días ya no se escapaba de la jaula, ni subía las escaleras para después tener miedo de bajarlas, ni se metía debajo de la cama, ni subía a ella. Comenzó una vida fascinante: la de dejar pasar los días, sin más. “¡Vaya conejo más vago, nunca sale ya!”. Lo que ninguno sabíamos es que bajo esa mirada de paz y tranquilidad se escondía un sufrimiento que nadie supo adivinar. No sé si hice lo correcto mientras vivías. Tampoco sé si lo hice hace dos días decidiendo sobre tu vida. Ni siquiera sé si hago lo correcto escribiéndote esto. Sólo sé que cuando me despedí de ti la primera canción que escuché, sin yo ponerla, fue Still loving you (y para colmo soy escorpio). No hace falta decirte que te echo de menos y que siempre voy a abrir tu habitación (sí, tenías una habitación para ti sólo y encima sin pagar alquiler) pensando que estarás ahí tirado sin que nada te altere.

Te quiero.

Julio