lunes, 12 de abril de 2010

Al final sólo queda el recuerdo

El tiempo es algo fundamental en la vida de una persona. No solo porque marque la cantidad de años que vamos a vivir sino porque es una de las pocas cosas que nos pone en nuestro sitio. Cuando hablo de tiempo no me refiero al tiempo como pasado, presente o futuro, sino como a esa maquina que en cualquier momento puede dejar de funcionar.

De hecho, si algo tengo claro es de que el único tiempo verbal que realmente existe es el pasado. Ni el presente ni el futuro pueden medirse. El presente es aquello que te va sucediendo, pero pasa tan sumamente rápido que se convierte en una especie de futuro. Digo especie de futuro porque el futuro tal y cómo lo conocemos sería ahora, y ahora, y ahora, y así podríamos seguir eternamente. Por tanto no existe el futuro como tal. Pero podría llegar el típico listo e intentar desmontar mi argumento con algo tan sencillo y vago como: dentro de veinte años será futuro, por lo que sí existe. Lamento decir que ese pensamiento, además de básico, es muy arriesgado porque uno no maneja su vida y puede que no llegue a vivir dentro de veinte años porque ni si quiera sabemos qué va a ocurrirnos dentro de un segundo. Intuimos que seguiremos viviendo, de hecho, es muy probable que así sea, pero no lo sabemos con total certeza.

Ante todo esto, lo único que existe con certeza es el pasado. Físicamente no, porque está en nuestra memoria, pero sabemos con seguridad que ha existido. Y lo peor de todo es que no es el pasado lo que permanece sino un recuerdo que con el paso del tiempo se va quedando lejano. Es triste pero es así. Sin embargo el recuerdo tiene algo bueno y es que es nuestro cerebro quien lo maneja. Podemos tener el recuerdo de una persona a la que la vida le ha tratado trágicamente pero nosotros quedarnos con lo buena persona que era o lo feliz que nos hacía estar con él. Nuestro cerebro, automáticamente, tiende a borrar lo malo para quedarse con lo bueno.

El recuerdo es la verdadera vida eterna. Ni siquiera el cielo, para los que son religiosos, es comparable con el recuerdo. Lamentablemente, el recuerdo tiene un hermano pequeño revoltoso y travieso que se llama remordimiento. Feo nombre para feo sentimiento. Por eso, mientras vivamos intentemos hacernos la existencia fácil los unos a los otros. No digo placentera o ni siquiera feliz, simplemente fácil.
El remordimiento puede perdonarse con el paso del tiempo, pero la maquina de la vida, que es el verdadero tiempo, nunca perdona.

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