- Hablas como si siempre tuvieses la razón, como si nada te importase porque tu tienes en tus palabras la verdad.
- No nos desviemos del tema. Hablábamos de que no es imposible que mi felicidad sea fingida.
- Cierto, y aún no me has explicado por qué.
- Es muy sencillo, querido. Por ejemplo, ¿podrías evitar que el agua estuviese mojada?
- No.
- ¿Y que el fuego no quemase?
- Si le echo agua encima ya no quema.
- Pero sabes perfectamente que entonces ya no sería fuego.
- Supongo que tienes razón.
- Pues de la misma manera que al agua no puede dejar de mojar y el fuego no puede dejar de quemar, deduce por qué mi felicidad no puede ser fingida.
- ¿Quién eres?
- Si a estas alturas de la conversación no lo sabes todavía me temo que ya nunca lo sabrás.
- Se quien eres, te estoy viendo. Eres la chica con la que estoy hablando, guapa, simpática y siempre risueña.
- Conoces mi apariencia exterior, pero no has sabido deducir quien soy realmente.
- ¿Y no puedes decírmelo?
- No podría definírtelo con palabras, querido. Yo no puedo descubrirte quien soy, eso ya es cuestión tuya. Si es que quieres…
FIN
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