jueves, 18 de marzo de 2010

Preso por la libertad

El día a día de las personas puede resultar en muchos aspectos simple y en el peor de los casos rutinario. Pongamos por caso: uno se levanta, desayuna (en mi caso eso nunca ocurre), se asea y se va a hacer lo que tenga que hacer. Pasa un día mas o menos normal, y cuando termina vuelve a su casa para concluir el día. Ha sido un día más. Ni bien ni mal, simplemente un día como otro cualquiera.

Pues bien, detrás de toda esa obra teatral repetitiva uno cree que lo tiene todo bajo control, pero en realidad se nos escapan muchos detalles que, a mi juicio, no deberían pasar desapercibidos. Creemos ser libres. Sí, en efecto somos libres. Nadie nos tiene atados con cadenas ni prisioneros entre cuatro paredes. En la medida de lo que cabe hacemos lo que queremos. Pero ¿hasta qué punto somos libres? Después de darle muchas vueltas he llegado a la conclusión de que la libertad es un invento social. Es como un chupete para los niños que cuando se lo das se callan y cuando se lo quitan es muy probable que vuelvan a llorar. Que nos ponemos un poco “rebeldes”, nos inyectan en vena una pequeña dosis de libertad para que estemos tranquilos. Si nos excedemos, ya sabemos que habrá unas consecuencias y por tanto nos quitaran esa libertad que tanto deseamos.

Y luego todos esos estudiosos político sociales dirán la famosa frase de “no hay que confundir libertad con libertinaje”. Eso es un engaño. Se es libre o no. Pero poner limites a la libertad es algo ilógico. Esto es como lo de la incoherencia que pide mucha gente de implantar una cadena perpetua pero revisable. Pero ¿esa gente se ha planteado alguna vez la salvajada que están diciendo? A alguien que se le condena de por vida se le condena para que no salga nunca de la cárcel, sino ¿para que se le condena de por vida si va a tener la opción de salir? Ya está bien de cinismo y de demagogia barata.

Dicen que la libertad se aprecia mucho más cuando uno no la tiene. Pues bien, no se que es peor, si no tenerla y echarla en falta o tenerla a medias. Estamos llegando a un punto en que la vida es como un campo. Uno cree no tener fronteras ni barreras y que lo único que le frena es la lluvia o el viento desmesurado. Pues lamentablemente, aunque no las veamos, en el campo también hay puertas.

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