sábado, 24 de julio de 2010

El precipicio de la felicidad (4)

Asier miró fijamente a Chicho y a continuación ojeó el resto del bar. Se dio cuenta de que todos los que estaban allí no paraban de reírse sin excepción alguna. En un principio, Asier pensó que debía tratarse de una gran casualidad pero al rato reflexionó que no era normal que todas las personas del bar estuviesen riéndose. Se levantó como un resorte de la mesa y fue corriendo al baño. Se lavó la cara unas cuantas veces y cuando terminó se dio cuenta de que detrás de él había un hombre observándole. Tenía el pelo blanco, iba vestido elegantemente y apenas tendría sesenta años.


- ¿Qué mira usted? Le preguntó Asier, que estaba completamente revolucionado. - Tranquilo joven, te veo un poco acelerado. No parece que seas feliz… - ¿Y a qué viene eso? - Parece que Dios da mecheros a quien no fuma- dijo el hombre entre risas. - Mire, no estoy hoy para tonterías, ¡así que déjeme en paz! 

Tras unos segundos de tensión en el ambiente, el hombre continuó tranquilamente hablándole. 


- Nos pasamos la vida queriendo cosas imposibles que no están a nuestro alcance y cuando las tenemos…- El hombre hizo una pausa mientras aprovechaba a lavarse las manos. - ¿Cuando las tenemos, qué?- Preguntó Asier con inquietud y desconcierto. - No estamos preparados. ¿No es irónico, Asier? - ¿Y usted cómo sabe mi nombre? ¿Qué es esto, una broma de cámara oculta? Mire, no se que hago hablando con usted en el baño… esto no tiene sentido, así que será mejor que me vaya. - Como quieras, vete. Pero te aseguro que tiene más sentido de lo que crees. - ¡Usted está loco! - No amigo, no. Sé feliz Asier, no seas tonto. 


Asier estaba tan desquiciado por la situación que salió rápidamente del bar y se olvido de que Chicho seguía en la misma mesa. - ¿Te vas ya?- gritó Chicho desde la mesa viendo como Asier se iba sin contestarle. Asier salió del bar sin rumbo alguno. No entendía nada y cada vez le resultaba todo más extraño. Eran las dos de la tarde y no había comido nada. Mientras caminaba por las calles de Madrid comenzó a sentirse mal. La calle estaba desértica, lo que le agobió aún más. Quería sentarse en un banco para que se le pasase el mareo pero no lo encontraba. Antes de poder encontrar uno, Asier ya se había desmayado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario