jueves, 25 de febrero de 2010

Proxenetas de la dignidad

Cuando hablamos de prostitutas y gigolos, rápidamente se nos viene a la cabeza la imagen de mujeres y hombres que sacan dinero a base de mantener relaciones sexuales con desconocidos. Con el paso del tiempo los clientes pueden convertirse en habituales conocidos y llegando incluso a ser hasta amigos de a quienes están pagando.

Mucha gente piensa que los prostíbulos son lugares degradantes y que no deberían existir. Otros creen que el prostíbulo es el lugar mas digno que hay cuando no se está trabajando, y otros que simplemente es un lugar esporádico de visita cuando no se tiene nada mejor que hacer. Todas las opiniones son respetables, pero el verdadero problema no se encuentra en si está bien o no consumir en el negocio de la prostitución. Aunque yo no pague por los servicios de una prostituta, no soy nadie para criticar a aquellos que sí lo hacen ni soy más digno que ellos.

Lo verdaderamente preocupante del asunto es que el mundo se ha convertido en un prostíbulo. Que existan prostíbulos me parece bien, pero que todos formemos inconscientemente parte de uno me parece, como poco, curioso. Nos hemos convertido sin darnos cuenta en proxenetas de la dignidad. Hemos llegado a un punto en que vendemos tan barata nuestra dignidad que prácticamente la regalamos. Ya no solo traficamos con cuerpos sino que también lo hacemos con sentimientos y principios. Al presentador de la tele que es tan simpático y que nos cae tan bien a todos le da exactamente lo mismo cuantas almas venda al día. Le es indiferente contar a todo el país que cierta chica (famosa, por supuesto, ya que aquí solo vales si sales en la tele) está saliendo con cierto chico (si es famoso, mejor) y después especular sobre el por qué de su relación con el fin de seguir captando audiencia. Al político de turno le importa mas bien poco ayudar a su país. Se dedica a prometer para luego no cumplir nada de lo prometido. Como le han votado, ese político ha conseguido que millones de ciudadanos se conviertan en prostitutas de la dignidad y, a consecuencia, él en un proxeneta más.

Y si alguien, sorprendentemente, ya sabía todo esto, le diré también que el problema no termina ahí, sino que lo peor de todo es que hay cadáveres de por medio. Cadáveres vivientes. Mucha mas gente está muerta en vida. Suena catastrofista pero es así. Creemos tener dignidad, y antes de plantearnos si la tenemos o no, ya la hemos perdido. Por eso, prefiero seguir siendo un indigno social a que la sociedad me quite mi dignidad.

domingo, 21 de febrero de 2010

Mírame a los ojos

El intercambio de palabras entre las personas se ha convertido en un atajo que nos lleva directamente a descubrir cómo es la persona con la que estamos tratando. Sería fácil averiguar cuales son las creencias religiosas de alguien con el simple hecho de sacar en la conversación el escabroso tema del aborto. También resultaría sencillo saber de qué pie cojean (políticamente hablando) con solo hacer un breve comentario sobre algún tema de actualidad política.

Todo esto es la postura cómoda. Sí, aunque creamos que hemos descubierto America con el hecho de haber cruzado cuatro palabras bien dichas, en realidad no tenemos ni la menor idea de con quién tratamos. Sinceramente, no creo que haga falta que dos personas establezcan una conversación para descubrir si se llevan bien o mal, si conectan o no o si están siendo sinceros el uno con el otro. El diálogo sobra. Basta con mirar fijamente a los ojos a alguien para saber por dénde va.

Con entrar en el metro y quedarse en una esquina observando a la gente sacamos muchas cosas en claro. Uno descubre todo tipo de señales, vicios, obsesiones, perversiones, autoconfianza, vergüenzas, negatividad, etc. Los gestos son importantes pero no definen con exactitud cómo es la gente. Alguien que se toca mucho la barbilla o está continuamente moviendo las piernas mientras está sentado simplemente es que tiene un problema de inestabilidad en el tiempo. Es decir, que tiene prisa, está intranquilo o le preocupa algo. Pero no hace falta ser psicólogo para saber todo eso. Yo no lo soy y puedo asegurar que alguien que está constantemente mordiéndose las uñas es porque se encuentra incomodo por algo. También podría ser por manía, pero en ese caso la merienda con su propia mano suele ser breve y menos intensa.

Hace poco he tenido la suerte de encontrarme con una mirada que me ha descolocado por completo. ¿Y eso es una suerte? Pues para mí sí, porque de lo contrario seguiría estancado en mi percepción de la realidad, y por muy fiel que sea a mis principios eso nunca puede ser bueno. Gracias a esa mirada veo el presente menos gris y el futuro menos negro. Por otro lado, cuando he dicho que me ha descolocado también es en el sentido de que hay algo que no me termina de convencer. Estoy inseguro pero confiado a la vez. Ahora mismo soy un valiente con miedo.

Por último, si algún día la persona que esté leyendo esto se cruza conmigo y me ve observándole fijamente a los ojos, no piense que estoy loco (que posiblemente sí) o que me siento atraído por usted (que lo mismo también), sino que solo estoy manteniendo una conversación sincera con usted.

miércoles, 10 de febrero de 2010

¡Que rule la hipocresía!

Lo que para uno está bien, para otro puede resultar la cosa mas horrible del mundo. En cierto modo, la diversidad de opinión sobre ciertos temas está muy bien y más que justificada ya que da pie al pluralismo. Sin embargo la sociedad coincide en ciertos aspectos. No hace falta irse a los diez mandamientos para sacar la conclusión de que matar no está bien. Tampoco está bien insultar, robar, mentir… hay tantas cosas que están mal que ocuparía tanto tiempo y espacio que no merece la pena seguir.

De lo que no oigo hablar nunca es de la hipocresía. Y no será porque falte… Debe ser que hay tanta hipocresía y tanto juego sucio que nadie es capaz de dedicarla un capítulo. Esto ya demuestra la valentía de la sociedad para enfrentarse a la realidad. Es mejor poner buena cara cuando vemos pasar a la típica vecina que nos saluda cordialmente y luego criticarla por la ropa de pordiosera que lleva. Es un ejemplo típico de culebrones latinoamericanos y que aquí en España lo estamos llevando a la vida real con tanto estilo y categoría que nos resulta hasta normal.

Hay un caso de hipocresía que me preocupa profundamente. El partido más disputado y entretenido de la infinita edición del torneo de la comunidad hipócrita entre dos equipos que luchan por ascender: alcohol frente a cannabis. Y es que beber se a convertido en un acto de tal hipocresía que ni siquiera la copa más cargada lo supera. ¿Por qué beber no está tan mal y fumar marihuana es malísimo? Si el que me está leyendo piensa que estoy haciendo una apología del cannabis y que estoy justificando su legalización, directamente le diré que es un hipócrita más. El clásico adolescente se emborracha por primera vez y queda como algo anecdótico. “Vaya pedo se agarró fulanito” diría el típico amigo analfabeto e hipócrita. El mismo caso podría pasar con un chaval que experimenta con la marihuana por primera vez. Sin embargo los comentarios ya no serían los mismos. “Vaya fumada se cogió menganito, está echando su vida a perder porque se va a enganchar”. Claro, el alcohol está legalizado y, lo que es más peligroso, está normalizado. No confundir alcohol con tomarse una copa de vino para comer, sino aquellos que viernes tras viernes beben y no precisamente una copita de vino. Pero claro, como es algo que se hace por rutina ya no es malo… y si algún día te excedes es suficiente con decir que no volverá a pasar mientras recuerdas las tonterías que hacías con tus amigos.

¿Pero que clase de circo absurdo tenemos montado entre todos? Es todo tal farsa y tal espectáculo lamentable que me mofo con todas las letras de esas personas. Todo el mundo merece respeto, sí, ¿pero es que a caso esa gente sabe lo que dicen? Es algo tan contradictorio como aquel que se muestra contrario a las relaciones prematrimoniales y luego sin querer y por arte de magia viola a un niño. Pero eso es otro asunto.

viernes, 5 de febrero de 2010

Mentiroso el que no mienta

La mentira es para el hombre como el agua para los peces, ya que es completamente necesaria para nuestra supervivencia. Si viviéramos en un mundo sin mentiras estoy seguro de que la gran mayoría de nosotros pensaríamos que todo iría mejor. No habría decepciones, falsas promesas, ilusiones destruidas, rupturas matrimoniales, ni problemas en general. Ahora bien, el hombre ha creado un sistema de vida en el cual no puede vivir sin ocultar ciertas cosas. Desde la mentira más pequeña e insignificante como pueda ser la existencia de un anciano con barba blanca, que va en trineo, que viste de rojo y que va yendo de casa en casa por cada rincón del mundo dejando regalos, hasta la mayor farsa que podamos imaginar, el hombre está atado a la mentira.

Y yo le pregunto: ¿usted miente? Muchos me contestarían lo típico de “yo solo miento cuando no me queda más remedio”. Otros simplemente me dirían que no, lo cual no es mas que una contradicción porque con esa contestación ya están mintiendo. Algunos no contestarían y con su silencio lo dirían todo. Yo sí me retrato y lo digo abiertamente: miento como el que más. Soy un mentiroso como todo el mundo. Lo que nunca hago, y en eso sí que soy sincero, es mentirme a mí mismo. Yo podré engañar a todo el que conozco pero por mucho que quiera engañarme a mí mismo no lo consigo.

Muchas veces la mentira no es mas que algo sin importancia que usamos para que nuestra propia autoestima no se venga abajo en ciertos momentos. Se trata de camuflar y modificar nuestra vida con el fin de no sentirnos unos desgraciados. En el momento en que seamos capaces de aceptarnos tal y como somos y de no tener que hacer ese intento absurdo de reflejar algo que no somos habremos dado un paso de gigantes para encontrar la verdad. El problema es que la verdad en sí es aburrida y entonces carece de sentido apreciarla porque para muchos ni siquiera existe.

Sigamos mintiendo. Mentir es la solución. Estoy convencido de que la mentira es el camino hacia la verdad. Quizás después de tanto mentir, uno tenga la necesidad psicológica de contar alguna verdad o por lo menos de no ocultarla. Pero no me hagan caso. Al fin y al cabo, solo soy un hombre más de la tierra y ¿quien les asegura a ustedes que todo esto que les he contando no es mentira?

miércoles, 3 de febrero de 2010

La cordura musical del siglo XX

Muchas son las personas que añoran otros tiempos y que citan esa famosa frase de “tiempos pasados fueron mejores”. Personalmente, pensar esto me parece tener una visión muy vaga del presente. Esta concepción actual de la vida se traslada a ámbitos tan amplios como son el trabajo, la política, la economía, el deporte y el tema que hoy nos concierne que es la música.

Vivimos en un mundo completamente empastelado por estilos y géneros musicales. Si hacemos un balance que abarque desde los años cincuenta hasta nuestros días, sacaremos la conclusión de que la música evoluciona más que la tecnología, la medicina y que por supuesto la raza humana. Lejos quedan ya los años cincuenta en donde el rock and roll y aquel “patillas guaperas” como ganas de juerga llamado Elvis intentaban alegrar un poco la vida a las personas. O los años sesenta, que con los Beatles a la cabeza revolucionaron el panorama musical. Tampoco tenemos que olvidar aquellos maravillosos setenta, en donde el hard rock tomó posiciones dejando muy atrás las marchosas y brillantes décadas anteriores. Pero si el final de los setenta nos dio la sorpresa de la música punk, un género jamás conocido hasta el momento, los ochenta no son más que una mezcla de contrastes de pintura y música. El heavy metal se convirtió junto al synth pop en un referente para la sociedad. Por otro lado, mucha gente considera la década de los noventa como una simple etapa de distorsión depresiva, camisas escocesas y ‘pogos’ sin sentido. Obviamente están equivocados, ya que sin el denominado movimiento grunge nunca hubiera existido parte del rock alternativo que hoy escuchamos. Además, los noventa ponen fin a lo que me atrevo a bautizar como la “cordura musical del siglo XX”.

Tras nueve años de siglo XXI, solo saco en claro que vivimos la decadencia musical más grande de la historia. Si me permiten la ironía, lumbreras son aquellos que se permitieron saltarse la etapa final de los años setenta y aventurarse a crear la mayor farsa jamás vista como es el happy punk, o como he escuchado últimamente, el punk de fresa. Si lo que se pretendía era hacer el nuevo siglo del punk, otra vez se volvieron a equivocar; la nueva oleada punk con toques góticos y un pesimismo que de nada tiene que ver con el del grunge cerraron algo más de media década de barbaries musicales.

Pero sin duda los mas listos fueron aquellos que ahora reinan (o por lo menos se lo creen). Los indies, a mi modo de ver, no son mas que un grupo de pijos ‘cencerreros’ que creen haber descubierto un nuevo estilo de música y de vida. Aprovechando muy bien la caída en picado del emo punk, se hicieron con el control del panorama musical. Hubiera sido mejor que se dedicaran al mundo de los negocios y del dinero, ya que arte tienen poco.

Ya para ir acabando este sermón, hace poco leí que el reggae volverá a resurgir. ¿Otra vez volvemos a tiempos de “rastaman”? Con total franqueza, no se a donde nos dirigimos. Solo sé que por buen camino no vamos. Sin embargo, algo de esplendor todavía queda gracias al señor Bob Dylan y a cuatro viejos genios que siguen dándonos esperanza. Pero me temo que solo la alegría de Marley, el talento de Lennon, la poesía de Cobain o el corazón de Mercury podrían levantar esto.

martes, 2 de febrero de 2010

A veces es mejor que la vida nos guíe a que intentemos guiar nuestra vida

“Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Esta frase, que puede sonar a chino para muchos, la escribió un poeta inglés del siglo XIX llamado William Henley. A simple vista, hay que reconocer que cuando uno lee estas palabras por primera vez, resulta impactante.

Sin embargo, pensemos con la cabeza y no con el corazón (aunque muchas veces resulte imposible). No existen amos del destino. Ninguno de nosotros somos dueños de lo que nos pueda pasar. Por mucho que nos empeñemos, no tenemos el control de nuestras vidas.

El ser humano es el único ser capaz de razonar y de actuar en consecuencia, pero a la vez es el ser más ignorante del planeta. Creemos dominar nuestra vida, controlar las situaciones e incluso a veces creernos videntes del futuro. Falso e hipócrita es aquel que no reconozca haber planeado en alguna ocasión su vida; generalizando un poco:“mañana haré tal cosa”. En primer lugar, no sabemos qué va a ocurrir en el futuro. Sin ir más lejos, no sabemos qué va a suceder dentro de un segundo. Intentamos tener bajo control todo sin que se nos escape el más mínimo detalle. Rara es la ocasión que el hombre se deja llevar. Por eso rara es la vez que el hombre cree en el destino. Muchos tienen la vaga teoría de "¿cómo va a existir el destino si lo creamos día a día?" Pues bien, el que piensa así está tirando a la papelera su vida.

Pensemos en cualquier instante de nuestra vida, si es agradable mejor. Qué hubiera pasado si a cierta hora de cierto día no hubiéramos estado en el momento del acontecimiento ocurrido y en su lugar hubiéramos estado en otro sitio. Puede parecer exagerado, pero seguramente nuestra vida ahora mismo no sería igual.
Si bien está claro que según pasan los días vamos dando forma a nuestra vida, también sería bueno recordar que la vida es lo que nos va sucediendo sin que nos lo esperemos.

Hoy en día llevamos a raja tabla eso de “controlar o morir”. Si no guió mi vida por donde quiero no seré feliz. En mi opinión, la propia vida es demasiado sabia y perfecta para que nos deje equivocarnos. Es más, nuestras grandes equivocaciones dan pie a grandes aciertos.


A aquel que me esté leyendo sólo le pido un favor: no intente dominar su vida; eso, por raro que suene, es muy fácil. Déjese llevar por lo que intuya, sienta o crea con sinceridad. Déjese guiar por esa palabra que para muchos es utópica llamada destino.