martes, 2 de febrero de 2010

A veces es mejor que la vida nos guíe a que intentemos guiar nuestra vida

“Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Esta frase, que puede sonar a chino para muchos, la escribió un poeta inglés del siglo XIX llamado William Henley. A simple vista, hay que reconocer que cuando uno lee estas palabras por primera vez, resulta impactante.

Sin embargo, pensemos con la cabeza y no con el corazón (aunque muchas veces resulte imposible). No existen amos del destino. Ninguno de nosotros somos dueños de lo que nos pueda pasar. Por mucho que nos empeñemos, no tenemos el control de nuestras vidas.

El ser humano es el único ser capaz de razonar y de actuar en consecuencia, pero a la vez es el ser más ignorante del planeta. Creemos dominar nuestra vida, controlar las situaciones e incluso a veces creernos videntes del futuro. Falso e hipócrita es aquel que no reconozca haber planeado en alguna ocasión su vida; generalizando un poco:“mañana haré tal cosa”. En primer lugar, no sabemos qué va a ocurrir en el futuro. Sin ir más lejos, no sabemos qué va a suceder dentro de un segundo. Intentamos tener bajo control todo sin que se nos escape el más mínimo detalle. Rara es la ocasión que el hombre se deja llevar. Por eso rara es la vez que el hombre cree en el destino. Muchos tienen la vaga teoría de "¿cómo va a existir el destino si lo creamos día a día?" Pues bien, el que piensa así está tirando a la papelera su vida.

Pensemos en cualquier instante de nuestra vida, si es agradable mejor. Qué hubiera pasado si a cierta hora de cierto día no hubiéramos estado en el momento del acontecimiento ocurrido y en su lugar hubiéramos estado en otro sitio. Puede parecer exagerado, pero seguramente nuestra vida ahora mismo no sería igual.
Si bien está claro que según pasan los días vamos dando forma a nuestra vida, también sería bueno recordar que la vida es lo que nos va sucediendo sin que nos lo esperemos.

Hoy en día llevamos a raja tabla eso de “controlar o morir”. Si no guió mi vida por donde quiero no seré feliz. En mi opinión, la propia vida es demasiado sabia y perfecta para que nos deje equivocarnos. Es más, nuestras grandes equivocaciones dan pie a grandes aciertos.


A aquel que me esté leyendo sólo le pido un favor: no intente dominar su vida; eso, por raro que suene, es muy fácil. Déjese llevar por lo que intuya, sienta o crea con sinceridad. Déjese guiar por esa palabra que para muchos es utópica llamada destino.

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